En un momento histórico imborrable, Jesse Owens, nieto de esclavos y nacido en Alabama el 12 de septiembre de 1913, se consagró como el héroe de los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín. Este atleta afroamericano llegó a la capital alemana como el gran favorito en las pruebas de velocidad y salto largo, habiendo batido cinco récords mundiales en 45 minutos en Michigan poco más de un año antes.
Owens no solo cumplió con las expectativas, sino que las superó, ganando cuatro medallas de oro en los 100 y 200 metros planos, el salto de longitud y el relevo 4×100 metros. Este último triunfo es menos conocido, ya que participó debido a una controvertida decisión del entonces Presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos, Avery Brundage. Para adular a Adolf Hitler, Brundage excluyó a dos atletas judíos del relevo, permitiendo la entrada de Owens y Ralph Metcalfe, quienes, a pesar de no haber entrenado para la prueba, se llevaron el oro.
Owens, la figura indiscutible de esos Juegos, no estuvo solo en su hazaña. Un total de 18 atletas afroamericanos, 16 hombres y 2 mujeres, desafiaron al Führer y conquistaron 14 medallas en su propio terreno: 8 de oro, 4 de plata y 2 de bronce.
A pesar de su servicio a la humanidad y a su país, estos deportistas regresaron a Estados Unidos para enfrentarse nuevamente a las mismas políticas discriminatorias que padecían antes de los Juegos. Ni las medallas ganadas para su país, ni el hecho de haber desafiado y ridiculizado a Hitler y su ideología del Nazismo en pleno auge, provocaron un cambio en la actitud discriminatoria de la sociedad estadounidense.
Owens, el hombre que humilló al Nazismo y derrumbó la tesis de la superioridad de la raza aria, nunca fue recibido en la Casa Blanca por el entonces presidente Franklin D. Roosevelt. No hubo reconocimiento oficial, ni homenaje, ni siquiera una carta de agradecimiento.